martes, 7 de abril de 2020

TRES MESES SIN PACO CROCHE


Ayer, 6 de abril, se cumplieron tres meses del fallecimiento de Francisco Croche de Acuña, el decano de los cronistas de Zafra. Y, hoy, hace otros tantos que recibiera sepultura en el cementerio de San Román de nuestra ciudad.
Y, para ello, qué mejor que rescatar una biografía escrita por Juan Tomás Rayego Benítez, cuando nuestro cronista frisaba los 80 años, y publicada en la revista "Zafra y su Feria" de 2009. Sirva esta publicación como un pequeño homenaje en su memoria.

 

Francisco Croche De Acuña
Ochenta años de un zafrense ilustre

Lo teníamos guardado en la recámara para rendirle este más que merecido homenaje. Y nos ha parecido oportuno hacerlo ahora, en este momento en el que nuestro notable personaje cumple su octogésimo cumpleaños.

             Escribir sobre Croche De Acuña, su vida y obra en esta ciudad, es -como dice el tópico- como tratar de vender hielo a un esquimal. Los zafrenses lo conocemos de sobra: sus andanzas y tribulaciones tras la cultura e historia que encierran los numerosos vestigios arquitectónicos que nos rodean. Su proverbial manera de envolver y seducir al lector al narrar, como pocos lo han hecho, los episodios más relevantes de nuestro pasado... Aún así, movidos por la curiosidad, echemos una mirada retrospectiva al perfil menos conocido suyo y adentrémonos de lleno en el apasionante y frenético mundo en el que ha estado inmerso el escritor más prolífico que ha dado esta ciudad.
            
              


Lo teníamos guardado en la recámara para rendirle este más que merecido homenaje. Y nos ha parecido oportuno hacerlo ahora, en este momento en el que nuestro notable personaje cumple su octogésimo cumpleaños.
    Escribir sobre Croche de Acuña, su vida y obra en esta ciudad, es -como dice el tópico- como tratar de vender hielo a un esquimal. Los zafrenses lo conocemos de sobra: sus andanzas y tribulaciones tras la cultura e historia que encierran los numerosos vestigios arquitectónicos que nos rodean. Su proverbial manera de envolver y seducir al lector al narrar, como pocos lo han hecho, los episodios más relevantes de nuestro pasado... Aún así, movidos por la curiosidad, echemos una mirada retrospectiva al perfil menos conocido suyo y adentrémonos de lleno en el apasionante y frenético mundo en el que ha estado inmerso el escritor más prolífico que ha dado esta ciudad.
    Nuestro célebre protagonista nace en Zafra, el treinta y uno de diciembre del año 1928. De ascendencia italiana y fuentecanteña con origen portugués, según consta en los documentos que celosamente custodia como buen historiador que es.
    A su abuelo paterno, Jenaro Croche Anicini, lo trajeron sus progenitores a España cuando tenía tan sólo once años de edad, en 1861. Debido al éxodo forzoso producido en el país trasalpino tras la ocupación del Reino de Nápoles a cargo de Garibaldi.
    Un buen número de familias italianas, como los Pirrongelli y Canónico, recalan por tanto en la región extremeña diseminándose además de Zafra, en Mérida, Villafranca y Los Santos de Maimona. Y, junto a ellos, viaja también el hermano del abuelo Jenaro, llamado Francisco, pero éste decide a última hora marcharse a América; concretamente a tierras mexicanas, donde va a formar una familia muy numerosa propagando así el apellido Croche en suelo azteca.
     Según documento que se conserva en el archivo parroquial de la Candelaria, que data aprox. del año 1867, encuentra acomodo la familia que nos ocupa en el número cuatro del Campo Marín o Campo de Sevilla. Y en esa misma casa, junto a ellos, comparten hogar con otros compatriotas suyos; concretamente con la familia de Francisco Canónico.
    Teniendo todos los hombres que duermen bajo aquel techo el oficio de Calderero. Labor profesional que el abuelo, Jenaro, va a complementar montando una ferretería más tarde.
    Éste, a la edad de veintiún años, en agosto de 1874 contraerá matrimonio con María de la Visitación y de los Dolores Salas León: una bella chica de ascendencia zafrense. Por tanto, la única rama genealógica que vincula a Croche con nuestra ciudad.
    De este enlace de los abuelos Jenaro y Dolores nacerán cuatro vástagos: Francisco -que va a ser el padre de nuestro protagonista- nacido un once de abril de 1879 en la casa anteriormente aludida; su tío, Antonio Croche, ascendiente de la otra familia que vive en Zafra con este apellido, y sus tías Pura y Ana María. Esta última se casó con un muchacho llamado Tomillo que más tarde acabaría siendo el jefe de los descendientes de la saga familiar.
    El abuelo Jenaro era un tipo simpático y extrovertido, típico perfil de un temperamento latino. Y como buen italiano era amante de la música, tanto, que en Zafra se le empezó a conocer como el crítico musical al que se le pedía parecer cuando actuaba en nuestra ciudad alguna compañía de zarzuela.
    De los hijos de este hombre carismático, el único que iba a heredar esas dotes de percepción por el buen gusto musical sería Francisco. Contándose la anécdota de que padre e hijo manejaban los intereses del Teatro Viejo de Zafra.
    Finalmente, el abuelo Jenaro, a la edad de setenta años: un tres de abril de 1919, fallecía en la ciudad que generosamente lo acogió, a consecuencia de una enterocolitis infecciosa; según reza en su partida de defunción. La abuela Dolores, por su parte, lo haría el diecisiete de julio de 1929, cuando tenía ya ochenta y cuatro años. Nuestro biografiado contaba tan sólo, por aquel entonces, con cinco meses de edad.
   
LA FAMILIA MATERNA.
La madre de Francisco Croche se llamaba, María de la O Felipa de Acuña Martínez; natural de
Fuente de Cantos, donde nació el veintiséis de mayo de 1886. Siendo hija de Alberto de Acuña Bayón: un “pasante de escuela”, según reza en su partida de bautismo; aunque en la de nacimiento se dice que desempeñaba el oficio de agrimensor de campos. Cargo que en aquella época tenía un gran prestigio y se le otorgaba el tratamiento de don.
Este bisabuelo materno iba a tener otro ilustre hermano llamado Manuel De Acuña Bayón, quien sería presbítero, ejerciendo como canónigo en Filipinas, y de regreso a la patria, en la catedral de Burgos y Cádiz, donde llegó a ostentar en este último lugar la dignidad de Dean, siendo investido como caballero del Santo Sepulcro. Manuel era licenciado en leyes y sagrados cánones, abogado de los tribunales de la nación, rector del Colegio Instituto de Jerez de la Frontera, donde residía y catedrático sustituto en el mismo de varias materias. 
    Ambos hermanos solicitaron a la Real Chancillería de Granada la ejecutoria de hidalguía o nobleza para ellos y sus descendientes, elevando la correspondiente documentación donde se demostraba la ascendencia noble de sus antepasados.
    Tal petición se concedió en un Real Despacho de Nobleza de la excelentísima y muy ilustre familia De Acuña, firmándose en Madrid el 3 de septiembre de 1868 y legalizado el 14 de marzo de 1874.



       
EL ENLACE MATRIMONIAL DE SUS PADRES.
    Como habíamos mencionado anteriormente, los Croche siguen con su labor profesional como Caldereros. Anuncios en revistas y periódicos de la época nos lo indican así. Sin embargo, Francisco Croche Salas –su padre- era un entusiasta de la mecánica y el motor del automóvil -actividad que se estaba poniendo de moda- motivo que lo llevó a optar por estos derroteros. Para ello se fue a trabajar a Fuente de Cantos con un hombre rico llamado don Guillermo López, quien había comprado un coche nuevo de marca Ford.
    Desde muy joven, el progenitor de Francisco estaba al corriente de todo lo relacionado con la nueva industria del motor. Y ocupado en estos menesteres, conoció a María de la O de Acuña, casándose el 15 de febrero de 1906 en la parroquia Nuestra Señora de la Granada de Fuente de Cantos.
    Allí permanecieron muchos años, naciendo de tal unión una numerosa prole iniciada con: Amalia (1907) -que murió muy niña-, Lola (1909), Ana (1912), Alberto (1915) Blas (1918), Clotilde (1919) -quien también fallecería en su infancia-. Y, por último, los dos restantes hermanos que ya verían la luz en Zafra: Lucía (1924) y el benjamín de la familia, nuestro hombre, Francisco (1928).   
    A Zafra se vinieron los padres de Croche atraídos por la expectación que había sobre la industria del automóvil, allá por los años 1923 ó 24, asociándose con un rico hombre de negocios llamado don Victoriano Romero, conocido vulgarmente como el Maestro Vito, y, junto a la casa recién construida de éste señor, que se hallaba en la Plaza de España, pusieron ambos un garaje para la reparación de automóviles, al mismo tiempo que montaban un surtidor de gasolina.
    Desde aquel taller se distribuían para la zona los nuevos modelos de coches A y T de la marca Ford, que se empezaron a comercializar a partir de 1929.
    Los Croche, por su parte, alquilaron una casa sencilla, también en la Plaza de España, núm. 17 y que era propiedad de otro industrial llamado Rodríguez Pina, con una escalera que dividía la casa en dos viviendas, la suya y la de los Lama. Dicha vivienda que estaba de esquina daba igualmente hacia la calle Canal; arteria que en 2003 el Ayuntamiento se la dedicó a nuestro célebre historiador.



   
 NACIMIENTO Y PRIMEROS RECUERDOS.
    Como hemos comentado al principio, Francisco Croche de Acuña vino al mundo el treinta y uno de diciembre de 1928, cuando sus padres eran mayores; no en vano su progenitor tenía ya cerca de 50 años y su madre rondaba los 40.
    Los primeros recuerdos que tiene Croche, empiezan a los cinco años de edad, ya que en 1934 es cuando comienza a ir al colegio de párvulos de una maestra llamada doña Lola Silgo, quien impartía clases en la planta baja del alcázar de los Duques de Feria. Allí se inició en la lectura y a relacionarse con los chicos de su edad y de su posición social de clase media. A dicho colegio –recuerda- lo llevaba una criada que había en su casa y que se llamaba Antonia Rodríguez, la cual le conservó hasta su muerte un afecto entrañable. Como el que le tenía igualmente a su abuela materna Cayetana, pues ella le contaba y cantaba los cuentos y canciones que le excitaban su imaginación.
    Don Francisco nos relata de aquellos primeros tiempos, el hecho de haber sido su generación quien estrenara los famosos Grupos Escolares que hoy conocemos por “Pedro de Valencia”. Edificio que se levantó en 1935.
    El día de su inauguración se celebró una misa en la Candelaria y sobre el altar mayor, de pie, se pusieron todos los crucifijos que iban a presidir las aulas para proceder a bendecirlos por el párroco de entonces, llamado don Daniel Gómez Ordóñez. A continuación se organizó una procesión para trasladarlos hasta el centro y a nuestro protagonista le tocó portar uno de ellos.
    Nos comenta, que su padre fue precisamente el que instaló el pararrayos que coronaba el nuevo edificio escolar. Ya que el hombre también se dedicaba a eso.

 LOS TIEMPOS DE LA SEGUNDA REPÚBLICA Y GUERRA CIVIL
    La memoria de nuestro octogenario se esfuerza por recordar aquellas fechas en las que él no tenía más que siete u ocho años de edad. Por ello, de los acontecimientos que nos puede relatar son pinceladas sueltas que vienen a su mente. Como los que evoca al hablarnos de los numerosos mítines políticos que precedieron al conflicto armado y que tenían lugar por entonces en el desaparecido Teatro Salón Romero. A él accedían ocupando los primeros asientos los chavales que vivían por aquellos aledaños, pensando que allí se iba a proyectar una de tantas películas de cine que los domingos veían. Pero, lo que se encontraban para su asombro era a personas mayores vociferando y enardeciendo a las masas congregadas tras unas ideas políticas. Como fue lo que ocurrió con el famoso mitin de Margarita Nelken, quien arengaba a los seguidores de izquierdas desaforadamente.
    Otro detalle de aquellos tiempos de preguerra que no olvidará, era el de los dos hermanos mayores: Alberto y Blas, cuidando con interés sus camisas azules; ya que estaban adscritos al movimiento juvenil de Falange Española de las Jons.
    A Alberto, el hecho de pertenecer a estas ideas y el de tener que desplazarse para ir a ver a su novia hasta Fuente de Cantos, le iba a suponer el que le dieran una soberana paliza al dejarla a ella en su casa y tratar de volver de noche. Cuestión que afectó mucho a la sensibilidad de su padre.
    El levantamiento militar del 18 de julio puso en crispación a una ciudad como Zafra, donde una serie de acontecimientos van a hacer que nuestro infante de ocho años tome conciencia de lo que estaba sucediendo, siendo testigo ya de los avatares de su tiempo.
    Su padre, como era súbdito italiano y, viendo el negro panorama, hizo que sus dos hermanos se sacaran el título de ciudadanía del aquel país. Con vistas a que, si hubiera alguna guerra, ellos no fueran movilizados.
    A su hermana mayor, Lola, que estaba casada con Calixto Baquero y ambos residían en Madrid, aquel verano del 36 le cogió en Zafra sin su marido; ella sólo vino con su, hasta entonces, único hijo llamado Manolito. La primogénita, se encontraba embarazada de tres meses de la niña que nacería el día de Navidad y a la cual se le pondría por nombre Ana María.
El alzamiento de Franco en esas fechas sorprendió a los esposos separados y ya no volverían a verse hasta la primavera de 1939, cuando finalizó la guerra.
    En julio del 36, la familia Croche De Acuña seguía ocupando el mismo piso de siempre en la Plaza de España y, enfrente, se erguía la mole de la iglesia de Santa Marina, tal como ahora podemos contemplar. Una mañana, vieron con estupor que banderas republicanas y rojas ondeaban sobre los altos muros del templo referido; cuestión que les causó asombro el ver aquellos símbolos políticos allí. Luego oyeron que el lugar se convirtió en cárcel del pueblo donde se había recluido a una serie de señores de derechas.
    Alguien aventuró a decir que las banderas podían ser un señuelo para que el lugar fuera lo primero que bombardearan las tropas de Franco, pero eso no tenía fundamento, pues las autoridades socialistas de Zafra, que estaban presididas por un hombre sensato y liberal, como era su alcalde, don José González Barrero, no iban a permitir tal tropelía.
    Ana, la otra hermana recién casada con Ricardo Díaz Calvo, vivía de alquiler en la casa del procurador de los tribunales, don Claudio González, que estaba adosada a Santa Marina y daba igualmente a la Plaza de España. Temerosa de que algo pudiera ocurrirle, dejó el piso y se fue a vivir con sus padres al otro lado de la plaza. Sólo de vez en cuando se acercaba a éste a dar de comer a unas gallinas que tenía. Un día de aquellos, sucedió algo que se iba a mantener mucho tiempo en secreto en la familia: Cuando Ana entró en su hogar se percató de que algunos presos se habían fugado y estaban en la terraza de su vivienda. Sin embargo, aquellas personas recluidas en el convento razonaron y no quisieron comprometer a una familia que nada tenía que ver con el problema y, en vez de utilizar la puerta de entrada al piso para largarse, decidieron permanecer en prisión.
    Las enseñas que allí se colocaron hay que decir que sólo estuvieron uno o dos días. Las autoridades comprendieron que era ilógica su presencia sobre aquel edificio religioso.
    Siguieron los días y el caos y la confusión reinaban por doquier ante el anuncio del avance de las tropas sublevadas. El padre de don Francisco como se encargaba de la distribución de la gasolina, tuvo que protagonizar algunos sucesos desagradables. Por lo que no le quedó más remedio que hablar con Pepe González y éste tuvo la deferencia de mandarle un par de hombres armados con escopetas para mantener el orden en aquel lugar. Pero, según comentó su hermano Blas, antes de que entraran los nacionales, los rojos arruinaron a su padre, ya que le requisaron cinco coches Ford que él tenía y se llevaron muchas piezas de recambio al tiempo que echaban gasolina sin pagar nada.
    Previniendo la inminente entrada de las tropas en Zafra por las noticias que les llegaban desde el sur de España y sabiendo que su casa estaba a la entrada, entre los primeros bloques de la ciudad -cuestión que podía ser escenario de duros enfrentamientos- su progenitor mandó a los chicos a que se trasladaran a vivir por unos días a la casa del tío Antonio, quien residía en la calle Fuente Grande, que estaba en el interior de la ciudad.
    La mañana del 7 de agosto tiene para el niño Francisco recuerdos imborrables que quedaron grabados en su mente. La noche anterior había dormido en un colchón echado al suelo junto con su primo, Diego Croche, debido a la ocupación de toda la casa del tío Antonio por la llegada de su familia. En aquella madrugada no pudieron conciliar el sueño a consecuencia de los cañonazos que se oían procedentes de la sierra de Los Santos, donde se estaba librando una gran batalla.
    Cuando nuestro infante se levantó esa fatídica mañana, alguien vino a decirles que los legionarios y los moros estaban entrando en Zafra. Temiendo lo peor y que aquel asedio pudiera durar un tiempo, la familia decidió buscar víveres e ir a por pan a la tienda de un tal Dalmacio, así como traer agua desde la Fuente Grande, para no carecer de estos sencillos recursos.
    Estando en esa casa cercana a la calle de Sevilla, sintieron alborozo, voces y aplausos provenientes de allí. Al acercarse, comprobaron que toda la calle estaba ocupada por soldados, especialmente de moros, que para los críos era toda una novedad.
    La euforia de aquel momento en las personas de la derecha política fue enorme. Sin embargo, quedaría eclipsada por la tremenda represalia que se tomaron los sublevados contra los militantes y simpatizantes de izquierda que vivían en la población, contemplándose episodios aberrantes de vejaciones, torturas y muertes.
    En los primeros días de la ocupación, a los niños y jóvenes le organizaron, para entretenerlos, unos grupos infantiles llamados “Balillas”, a imitación de las juventudes italianas. Aunque poco después acabarían por llamarles “Flechas”, pues era más congruente con el sentido simbólico de la Falange Española.
    A cada chaval le hicieron una camisa azul y un gorrito con una borla roja que pendía de él para hacerlos desfilar marcialmente por los aledaños de la plaza cantando un himno que les habían enseñado: el “Cara al Sol”.
    Los domingos, cuando había tropas por la ciudad, se congregaban en la Plaza de España y allí se oficiaba una gran misa de campaña.
    Y otra de las actividades, a partir de entonces, fue el comenzar a ir a la Catequesis al Rosario; ya que habían regresado los padres del Corazón de María. Hecho del que don Francisco rememora la presencia austera y seria del Padre Riol, quien se encargaba de esta labor.
    A los niños les maravillaba el trasiego que se producía en torno a la gasolinera de todo tipo de vehículos de guerra, pues allí se concentraba una larga hilera de coches y tanques blindados que esperaban para repostar. Los chavales estaban asombrados y revoloteando por los alrededores cuando, de repente surge del cielo, en vuelo rasante, un avión que comenzó a ametrallar la zona, teniendo éstos, como el resto de personas que se encontraban por allí, que refugiarse a toda prisa en el garaje de su padre.
    Pero el suceso que iba a impactar más en la mente de nuestro protagonista y que le perdurará para toda la vida, sería el bombardeo que sufrió la población en aquel verano de 1936, donde resultó herida su hermana Lola. Era una siesta calurosísima y estaba nuestro chico jugando en la terraza de su casa junto a otra hermana suya, Lucía. Serían las cinco o seis de la tarde, cuando, de pronto, comenzó a oírse un rugido de motores de aviación. Al avistarlos, los niños contemplaron a dos aparatos volando por encima de la plaza de España y, a continuación, una serie de tremendas explosiones sonaron en el silencio de la siesta seguidos por gritos de mujer que procedían de dentro de la casa. Era la hermana de don Francisco, Lola, la cual se encontraba asomada al balcón del piso en ese momento, donde le impactó unos cascotes de metralla que le hirieron en la mano y en el pecho. El caos se apoderó de todos, pero inmediatamente su madre se la llevó al Instituto Médico ubicado al lado del garaje de su propiedad. Allí la curó de sus heridas el practicante don Ricardo Bañuelos.
    Afortunadamente y aunque estaba embarazada ya de Ana Mari con tres meses de gestación, a la criatura no le pasó nada. Sin embargo a don Francisco le ha dejado unas secuelas y pavor por los aviones que los tendrá para toda la vida.
    Al verano siguiente, nuestro niño vio desde la puerta del garaje de su padre la inauguración del obelisco, erigido en memoria del Comandante Castejón; el militar a quien se le encomendó la ocupación de Zafra. Dicho acto consistió en la celebración de una misa que dijo el célebre Padre Pajares sobre la mole de mármol. Acudiendo mucha gente a presenciar los fastos.
    En el recuerdo de Croche están las manifestaciones que se organizaban en la población con motivo de la ocupación de alguna capital de provincia u otro acontecimiento patriótico que finalizaba siempre en la iglesia del Rosario, donde se descubría la cortina del Cristo mientras desde el púlpito, siempre el mismo Padre Pajares lanzaba su sermón patriótico para encandilar a las multitudes.
    El curso de la guerra se seguía con emoción a través de la radio, en aquellos partes militares que les servían a la familia para informarles por dónde discurría el frente de batalla, el cual se iba comprobando con unos mapas especiales sobre los que se iban colocando alfileres con banderitas encima de esos puntos geográficos.
    Sus dos hermanos, Blas y Alberto finalmente se movilizaron durante la guerra a pesar de la negativa de su padre. El primero salió de Zafra enrolado en una bandera de jóvenes voluntarios y terminó alistándose en los “Flechas Negras”. Luego marchó a la batalla del Norte, donde lo hirieron en una ingle en un pueblo de Vizcaya. Dicha bala no se la extrajeron hasta después de la guerra. Y el segundo, Blas, estuvo destinado en la ciudad de Cádiz. Después hizo unos cursillos en Ifni siendo elevado a alférez provisional.
    En la Navidad de 1936 nadie se encontraba con ánimo de celebrar nada. El fantasma de la guerra ocupaba todo con sus tétricas noticias, inconfrontables con los deseos de paz de la Nochebuena. Sólo el nacimiento de su sobrina Ana María iba a dejar entrar en aquel hogar una pizca de esperanza y felicidad. Niña que tardaría tres años en conocer a su padre que había quedado en zona Roja en la capital de España, como ya habíamos mencionado anteriormente.


AMIGOS DE LA INFANCIA Y TRAVESURAS EN AQUEL ENTORNO DE LA PLAZA
    Al narrar la vida de Croche en estos años infantiles él no puede dejar de citar a los amigos que tuvo. Chavales de su entorno con los que compartía sus juegos y correrías. Niños como Paco, su “tocayo”, de edad pareja a la suya y quien vivía en los bajos del Registro de la Propiedad. Con una educación y condicionamientos sociales semejantes que hicieron fuese el mejor amigo en aquellos años.
    Pero iba a haber un tercer “Paco”, Paco Barrena, quien se agregó al trío de chiquitines al que luego llamaron en sus respectivas familias como los tres Pacos. Amistad que perduró en el tiempo tras el reguero de travesuras que hacían, brotadas de su inquieta imaginación.
    Otro de los amigos de don Francisco por aquel entonces iba a ser Luís Chavero, quien era hijo del director propietario del Hotel Cabañas que estaba muy cerca de su casa. En ese mismo hotel vivía el entonces alcalde socialista de Zafra, don José González; edil que igualmente tenía varios hijos que revoloteaban por aquel lugar. Uno de ellos, también llamado Luis, era de su edad y del cual guarda un grato recuerdo de él. Todos ellos fueron al colegio juntos, a las clases de doña Lola Silgo.   
Evoca don Francisco que su vida se desarrollaba en torno a la Plaza de España. Aquella extensa explanada de tierra era un campo inmenso de juego para todos los chicos. Los bancos de hierro y las palmeras que aún todavía existen. Los árboles -nos dice- eran acacias de flores comestibles a las que llamaban “golosinas” y que indigestaban los estómagos de los infantes cuando la ingesta era grande.
    Dicho recinto, se transformaba al poblarse de casetas con motivo de la celebración de las ferias de san Juan y san Miguel, donde se instalaban teatros, atracciones, circos y puestos diversos para ser el núcleo principal de la vida de los niños…
    En el centro de la plaza, durante los veranos, se instalaba un “Kiosco” adosado a la farola central y allí los jueves y los domingos se ofrecían conciertos a cargo de una banda de música que dirigía don Fidel, Pacientes concertistas a los que los niños fustigaban con palillos que metían entre las rendijas de las maderas del escenario para molestarlos.
    Si durante los veranos aquel lugar estaba atestado de gente, por el contrario en invierno y debido a las bajas temperaturas, nadie se atrevía a deambular por la zona, excepto la pandilla de amigos que gamberreaba por sus aledaños. Don Francisco recuerda un caso que les ocurrió a los chavales y que tuvo su gracia...: En la puerta del Teatro Salón Romero solía aparcar por la noche un camión de los que hacían la ruta del pescado. El conductor en su prisa por despachar la mercancía dejaba la puerta abierta del vehículo, y eso era una gran tentación para los gamberretes que no dudaron un segundo en subirse a la cabina donde algún atrevido que otro se puso a manejar los mandos. Un tal Pepín Bañuelos -que era de los más arrojados- una noche se le ocurrió quitarle los frenos al camión y, como aquella calzada estaba en pendiente, éste comenzó a moverse lentamente. Los diablillos al percatarse del peligro, rápidamente se bajaron de allí y se largaron cada uno a sus respectivas casas, como almas perseguidas por su mala acción. Al momento, los infantes, oyeron un tremendo estruendo: el camión se había estrellado contra el almacén de los “Abonos Meden” que estaba en la parte baja de la zona. Cuando llegó a casa el travieso de Paquito, su padre estaba tomando unas copas, como solía hacerlo todas las noches con el practicante, don Ricardo Bañuelos, progenitor del improvisado y osado chofer. Todo parecía ir bien. Pero, al poco rato, llamaban a la puerta con cierta vehemencia y le informaban a éste, de lo que había hecho su hijo. Lleno de indignación, don Ricardo se lo relató al padre de nuestro protagonista, quien miró al niño con cara de recriminación mientras mordía el puro que sostenía entre los dientes, adivinando que el suyo tampoco estaría muy lejos de esas fechorías. Paquito, que no sabía dónde meterse, se afanaba por hacerse el desentendido adivinando el mamporro que se podía llevar.

SUS COLEGIOS
    Ya hemos mencionado que la primera noción de enseñanza que recibió don Francisco fue en la planta baja del alcázar, en donde tenía su clase doña Lola Silgo. Más tarde la sustituyó otra profesora llamada doña Lucrecia.
De los que componían aquella aula tiene nuestro hombre un documento gráfico, una fotografía que se hicieron en el patio del castillo, estando retratados allí, la mencionada maestra, quien mantiene en sus brazos a Juan Nuño y, alrededor suyo, están Miguel Muñoz, los feos, Luís Chavero, Antonio Parejo, Carmela Miranda, Anita Ramírez, Valentín Rodríguez y otros…
    Una vez finalizado los Grupos Escolares (1935) en “El Conejal” -unos terrenos donados por don Guillermo Nicolau- los niños de Zafra se trasladaron allí; pero poco tiempo iba a durar la estancia, pues estalló la guerra civil y aquel edificio se convirtió en el cuartel de las tropas italianas.
    La familia de Croche, ante esta eventualidad, matriculó a Paquito en la escuela de enseñanza primaria del Colegio San Luís Gonzaga, en las clases de un maestro llamado don Trinitario. Con él empezó a cogerle gusto a la literatura española; concretamente a “El Quijote” del que se sabía de memoria los principales pasajes. Y con nuestro biografiado iban a estar en clase otros críos de la época, como: Manolo Durán, Manolo Fornelino, José Tomás Soto… así como algunas chicas separadas prudentemente de ellos.
    Aún se acuerda don Francisco de la palmeta de don Trini, de los berridos suyos y de los compañeros al golpearla sobre las palmas de sus manos.
    Acabada la guerra, de nuevo su padre insistiría en que nuestro jovencito se preparara concienzudamente para que le diera clases uno de los mejores maestros que había por entonces en la ciudad: don Vicente Rodero, el cual tenía su aula en el alcázar, precisamente en el local donde hoy está la capilla. Allí compartió pupitre con compañeros como: Paco Barrena, Jaime de Toro, Mariano Tinoco, Gregorio Berciano, Félix Martínez…
    Don Vicente, además le daba clases particulares y Paquito iba a ser un alumno bastante aprovechado del que el viejo profesor estaba muy orgulloso.
    De esa remota época vamos a obtener la primera incursión de Francisco Croche como escritor y pintor, ya que realizaba una revistita infantil que luego la vendía al precio de cinco céntimos.
    Y en verano, otra de las clases particulares a las que asistió fue a las de un tal Melado; un profesor muy severo, pero a la vez muy eficaz para recuperar las notas en fecha estival, quien las impartía en una vieja casa que estaba en la Plaza Chica.
   
UN NUEVO HOGAR
    Allá por el año 1938, la familia Croche se va a mudar de casa; aunque sin abandonar el entorno de la Plaza de España, pues, junto a la fábrica de chocolate de Luís Merino, iba a quedar desocupada una vivienda de su propiedad y a ella se trasladarían a vivir. Un lugar mucho más espacioso y que daba más facilidad al padre para poder tener su pequeño taller dentro de él. Recinto donde podía armar los pararrayos que luego instalaba en las casas de sus clientes.
    La habitación de Paquito daba a la calle, tras una ventana con rejas que había y, encima de aquel sitio se encontraba otra planta más que también pertenecía a la misma casa y que prácticamente no la ocupaban, pero que a nuestro infante sí le iba a servir para desarrollar allí su imaginación más desbordante, siendo muy feliz en aquel periodo de su vida.
    Uno de sus juegos favoritos era el de construir altares y retablos donde luego iba a poner cuidadosamente unas pequeñas imágenes de santitos hechos de barro cocido que compraba en la tienda de Paco Rasero. Y como al chaval le gustaba también la electricidad, iluminaba aquellos retablitos con pequeñas bombillas que se alimentaban con unas enormes pilas que se usaban para los teléfonos.
    Toda la nave de aquel inmenso doblado le servía de iglesia y allí reunía a sus amigos para celebrar misas, hacer novenas, organizar procesiones con pequeños pasos, llegando a tener ternos de todos los colores litúrgicos y de distintas categorías.
    En su casa se vivía un nivel alto, culturalmente hablando. Su padre –como dijimos- era un gran aficionado a la música y se conocía de memoria números enteros de ópera y zarzuela, perteneciendo en una fecha al coro de Fuente del Maestre. Además de poseer una altura literaria bastante digna. Cuestión que demostró en un artículo publicado en el periódico local: “El Eco del Pueblo”, en el que rememoraba sus años de infancia durante la fiesta de Quasimodo en Belén.
    Lo recuerda nuestro biografiado como un hombre con grandes inquietudes: formando parte de una compañía de aficionados al teatro, teniendo una gran habilidad para las manualidades, así como para crear belenes y cometas de las que disfrutó Paquito enormemente.
    Cuando empezaron a divulgarse los aparatos de radio, el primero que hubo en Zafra fue el de su progenitor. Aún recuerda aquel trasto que era tan grande como un mueble y con un altavoz portátil. En sus ondas pudieron escuchar, llegada la noche en el hogar, los partes de la Guerra Civil y las charlas de Queipo de Llano.
    Por aquello de vivir cerca del Teatro Salón Romero, lugar donde se representaban funciones y se proyectaban películas, nuestro joven va a desarrollar estas dos aficiones en su personalidad. Tanto le gustaba... que llegó a trabar amistad con los encargados de aquel local. Y este hecho le va a permitir presenciar los espectáculos y proyecciones desde la cabina, donde un señor viejecito y amable al que llamaban don José, le pasaba los recortes de celuloide que le sobraban al hacer los empalmes de las películas. Filmes de habla inglesa –como rememora don Francisco- que no estaban aún doblados al castellano.
    Igualmente ocurría con el teatro. Cuando había representaciones escénicas él entraba por la puerta del escenario y desde bastidores asistía a las funciones y participaba del montaje de la tramoya como el chico asistente del local.
    La afición por el teatro le va hacer que tenga siempre entre sus juguetes un teatrito en miniatura, con sus decorados, bambalinas y telones. En cierta ocasión, en el patio de su casa, llegó a representar algunos de los diálogos de los autores Tono y Miura que él leía en la revista “La Codorniz”. Recuerda igualmente que, por aquella época, era muy frecuente las funciones de teatro que hacían algunas pandillas de chicos, las cuales se celebraban en los corrales de sus casas al módico precio de cinco o diez céntimos.

   
PRIMEROS CONTACTOS CON EL MUNDO DE LA IGLESIA.
    La Primera Comunión de Paquito va a pasar desapercibida pues, en el año treinta y nueve, pocas facilidades había para una celebración así. Sólo rememora nuestro protagonista que, al pertenecer a los “Flechas”, siendo el día de la Virgen del Carmen, iba uniformado y portando su correspondiente fusil de madera. Desfilando junto a sus compañeros se dispuso a recibir a Cristo, una vez que había dejado el “arma” en el suelo. Y esto se produjo en la parte de atrás de la Candelaria, donde solían ponerse en formación.
Por otra parte, los “Flechas” se tenían que tragar todos aquellos tediosos oficios realizados en los aniversarios de la muerte de José Antonio Primo de Rivera, como en los funerales ofrecidos por los hijos de Zafra que habían sido víctimas de la Guerra Civil.
    Para ello, el hermoso retablo de la parroquia era cubierto por completo por unos velos negros en señal de duelo, colocándose suntuosos catafalcos mientras en el centro cantaba el coro de la misma iglesia unas melodías especiales reservadas a los funerales de primera clase.
    Poco tiempo después, tras el permiso concedido por el párroco, don Daniel Gómez Ordóñez, el joven Paquito formó parte de los “seises”: los niños cantores que iban revestidos con su sotana negra o colorada y sus sobrepellices de manga voleada.
    Don Daniel se fijó en él y pensó que sería también un buen candidato para ingresar en el Seminario. Y así se lo propuso delante de sus padres la tarde del seis de agosto de 1941. Noticia que a su abuela le agradó mucho y animó al crío para que accediera a tal petición, recordándole el ejemplo de su tío abuelo, Manuel Acuña Bayón, el sacerdote y canónico de Manila, Burgos y Cádiz.
    Se lo pensó y al día siguiente dio su consentimiento. El sacerdote muy satisfecho preparó toda la documentación para que en septiembre se incorporase el joven Francisco en el Seminario Diocesano de san Atón en Badajoz.
    Tras una prueba o examen de ingreso, que superó gracias a su buena formación académica, éste entró en aquel Seminario de la barriada de la estación de la mano de su hermano Alberto, quien lo acompañó hasta la puerta, donde lo esperaba el que iba a ser su prefecto y profesor, don Luis Moreno Mayoral. Pero Alberto se quedó más aliviado aún al ver a un amigo suyo de la infancia como superior del centro: don José García Fernández, quien venía de Roma de acabar sus estudios de teología en la Universidad Gregoriana.
    Una “camarilla” o habitación abierta por un costado iba a ser su cuarto; lugar en el que conocería a una señora de Almendral, madre de su condiscípulo, Antonio Fernández Sánchez y compañero como sacerdote durante muchos años en Puebla de Sancho Pérez. Esta buena mujer, viendo la poca experiencia de nuestro joven para hacer su lecho, tuvo la delicadeza de preparárselo en aquel primer año de estancia.
    Seminaristas en Zafra no ha habido muchos y, cuando ingresó Croche sólo estaban en el Seminario un alumno de cuarto, llamado Santiago Malpica y otro chico amigo suyo, un tal Antonio Parejo.
    Anochecido, los recién incorporados se reunieron todos ellos en el comedor llevando puestas ya sus sotanas para cenar. A la mañana siguiente le despertó el insistente tañer de unas campanadas que le iban a acompañar durante nueve temporadas: El paso obligatorio de los que deseaban ser sacerdotes. Una vez levantados y aseados se presentaron en la capilla para orar y meditar; algo a lo que no estaba acostumbrado el joven Francisco. Y tras estos momentos íntimos tendrían lugar los ejercicios espirituales que duraban aproximadamente una semana: Seis días de un silencio absoluto inasumibles para un chico revoltoso y parlanchín como era él.
    Las pláticas, meditaciones, rezos y más rezos, y todo en sigilo... fueron un suplicio insostenible. En esos momentos de tribulación los recuerdos de su casa y su gente los tuvo siempre en la memoria. Menos mal que pasaron pronto y al cabo de la semana daba comienzo el curso normal de clases que era lo que más le gustaba. Además de ir a un parque o bosquecillo al que llamaban “Palomillas”: Lugar donde los jueves y domingos paseaban relajados con tal de evitar el mundanal ruido que podía interferir en su vocación. Educación sólo interrumpida fugazmente por el “refrescante” encuentro para sus ojuelos de adolescentes picaros al cruzarse con alguno de los colegios femeninos de la ciudad pacense. Aunque su formación disciplinar de “ternas” en riguroso orden, con aquellas sotanas negras y su bonete sobre las cabezas, así como las rojas “becas” echadas al hombro, ya intimidaban lo suyo. Como la estrecha vigilancia de superiores e inspectores que les acompañaban. Con lo que, poca ocasión podían tener para la disipación o la mirada indiscreta hacia las chicas con las que se encontraban.


   
ENFERMEDAD Y MUERTE EN SU FAMILIA
    No iba a acabar bien aquel primer curso en el Seminario. Hacia mediados del mes de marzo de 1942 a su madre le había dado una congestión cerebral y pasaba por un grave trance con peligro para su vida, entrando en coma. Al llegar junto a ella no le reconoció así que tuvo que regresar a Badajoz. Pero la que sí fallecería, sería su abuela Cayetana. Muerte que sintió de veras nuestro joven, pues ella era la que le había dado más cariño y había hecho tanto por su formación.
    Su padre, a partir de esa fecha, también entraría en un estado de abatimiento y enfermedad, y ya en el curso siguiente las cartas de sus hermanas Ana y Lucía le hablaban del cáncer de estómago que estaba minando su salud a pasos agigantados. Y un diez de marzo de 1943 fallecía finalmente.
   
LOS AÑOS DEL HAMBRE

     Después de la Guerra Civil comenzaron las dificultades para toda la población española. Recuerda don Francisco que en su casa se tenía por costumbre el matar dos cerdos, almacenar unas arrobas de aceite y comprar unos sacos de garbanzo con los que poder hacer un cocido. El problema era el pan. Este preciado alimento escaseaba y con la cartilla de racionamiento no había bastante para surtirse de algo tan básico y esencial en aquel tiempo. Así que, tenían que ir hasta la panadería de “Dalmacio”, que se encontraba en la calle Toledillo. Aquel pan contenía una mezcla de salvado que le confería un color negruzco, nada apetecible. Con lo que el sueño de los españoles era comer pan blanco y éste sólo se podía adquirir de estraperlo. Cuestión que en Zafra podíamos hallar en casa del cobrador de los “Autobuses Brito”; un tal Vélez que vivía al final de la calle Sevilla, donde se podía comprar el preciado pan blanco de origen portugués traído a diario desde las tierras lusas al desorbitado precio de cinco pesetas.
    Menos mal que nuestro joven, Francisco, entabló amistad con uno de los hermanos llamado Eloy, dueño por aquel entonces de la fábrica de harina de Díaz Jurado, quien a diario le vendía un par de bollos con los que poder alimentar a la familia.
    Del hambre que se pasaba en Zafra apenas tiene recuerdos vagos don Francisco. Como él estaba en la parroquia veía desde allí los numerosos entierros de gente pobre que habían muerto por verdadera necesidad. Se le viene a la memoria que fue con don Daniel, el párroco, a visitar a un enfermo que se estaba muriendo y la impresión que le causó fue enorme, ya que el hombre se encontraba sentado sobre un sillón y estaba completamente hinchado debido a la carencia de alimentos.
    En la población se hacían tortillas de bellota, como un recurso para no morirse de hambre, siendo el estraperlo lo más corriente entre las personas para buscar el sustento.
    En el Seminario, el pan que les daban en el comedor eran unas rebanadas tan finas que los alumnos le llamaban entre guasas “planetas”. Aunque si les tocaba a alguno de ellos el extremo de la rebanada, aquel trozo tenía otra forma, y a éste le decían “pico”. Sólo los días de fiesta en la comida del mediodía había un extraordinario, siendo el pedazo de pan mucho mayor.

OCUPACIONES EN EL SEMINARIO        
     Los estudios para el joven Francisco no eran una carga pesada. Pasaba los exámenes con buena nota, cuestión que le posibilitaba el poder dedicarle tiempo a otras actividades. Así que nuestro hombre se hizo encargado de comercio del Seminario. En él se vendía todo tipo de artículos relacionados con las necesidades del lugar: Libretas, lápices, cuartillas, crema de calzado y utensilios de limpieza.
    Igualmente se dedicó a la distribución de la revista “Seminarium”, la cual se enviaba a todas las parroquias por el franqueo de 2 céntimos para fomentar las vocaciones. En esta publicación escribía el joven Francisco algunos artículos y hasta la crónica de partidos jugados en el mismo Seminario. Cuestiones que le servían para relajarse de la férrea disciplina de las clases.
    Otra de las ocupaciones que encontró fue en torno al teatro. En uno de los salones se levantaba un escenario y nuestro joven fue el encargado de la tramoya y preparar el escenario, así como a los grupos que representaban algo. En aquel periodo montaron obras como: “Cisneros”, “El Divino Paciente”, “El Puñal del Godo” e, incluso, trabajando en ellas como actor, en comedias como: “Timidito y Terremoto”. Ya por estas fechas, con diecisiete años, escribía algunas obritas que tiene conservadas entre sus viejos papeles, de las cuales se acuerda especialmente de una de ellas: “Vengado por quien ofendió”. Libretos que nunca se han llegado a representar.
    La lectura fue muy importante para él; ya en Zafra, durante las vacaciones de verano, rebuscaba por todas las bibliotecas para imbuirse tras las historias de sus libros y pasar así las largas siestas en las que no había radio ni televisión.
    Las ediciones que poseían las hermanas doña Isidora y doña Manuela Silva, llamadas “Las Portuguesas”, fueron un buen filón para sus lecturas, así como los libros que le proporcionaba el maestro, don Antonio Zoido, los coadjutores de la parroquia y su amigo, Cayetano Berciano. Después, con los años de Seminario, tuvo la oportunidad de poder utilizar la enorme biblioteca de éste que, por cierto, estaba muy desorganizada.
    Los superiores no les dejaban leer otra cosa que no fueran libros académicos, aún así se las componían para poder echarle un vistazo a los textos literarios que estaban de moda, como la novela: “Nada”, de Carmen Laforet.


   
LAS VACACIONES DE VERANO
    Aquellos largos nueve meses sin regresar a casa se hacían interminables. Cuando llegaba junio estaba nuestro joven deseoso de volver a vestir de seglar y dejar la sotana. Claro que, cuando quería echar mano de sus anteriores ropas dejadas en el viejo armario, se daba cuenta de lo que había crecido en ese tiempo y nada le quedaba bien. Así que, tenía que pedir a casa ropa nueva para ir más decente.
    Los últimos días de curso estaban llenos de recomendaciones para que fueran buenos chicos. Les decían que había que cuidar las amistades, que no alternasen con chicas y que fueran recatados a la hora de vestir para no perder la condición de seminaristas.
    Había verdadera obsesión –según nuestro biografiado- por la conducta que pudieran observar ellos fuera de los muros del seminario. Así, se les prohibía el ir al cine, a fiestas y, a ser posible, no tener otra compañía que no fuera la de los compañeros seminaristas.
    Como el hogar de los Croche estaba disuelto por las ausencias de los suyos: la muerte de su abuela y padre, la enfermedad de su madre y las bodas de sus hermanos mayores, Alberto y Lucía. El joven Francisco pasaba todas las vacaciones con su impedida madre, pero en casa de su hermana Ana y su cuñado Ricardo Díaz Calvo, que se habían convertido ahora en sus padres de adopción.
    Por tanto, la vida de Croche en ese tiempo de estío era muy sencilla: Ir a misa por la mañana y al Rosario por la noche, así como dar un paseo con otros compañeros del seminario, como eran, Macarro, Javier Carretero y Paco Tomillo.
    A los que les gustaba nadar se iban a bañar a la huerta de Arambita o tal vez a la Huerta Honda, en aquellas albercas de agua verdosa.

LOS PRIMEROS PASOS AL SACERDOCIO
    Al regresar después del verano al Seminario de san Atón, les comentaron que el obispo, su ilma. Alcaraz y Alenda, les iba a ordenar de menores a los alumnos de primero de teología al comenzar el adviento. Aquello era muy grande y definitivo, porque empezarían a llevar sotana obligatoriamente, manteo y teja, así como abierta la corona en sus cabezas… Todos los jóvenes seminaristas acogieron la noticia con gran emoción y alegría, ya que suponía el dar un paso definitivo en su caminar como sacerdotes.
    A partir de entonces, embestidos con la sotana, los fieles les besaban las manos tal y como estaba arraigada la costumbre en aquellos tiempos. Dicha ordenación de tonsura se celebró en el Seminario, en la tarde del día 28 de noviembre de 1948 donde, el joven Francisco, haría con ilusión unas estampas de recuerdos con textos litúrgicos de aquel domingo.
    Una vez acabada la ceremonia corrió hasta su cuarto, junto a sus compañeros, para abrirse la coronilla; cosa que, a partir de entonces, debían hacer todas las semanas.
    Las otras órdenes menores las recibiría en dos días distintos, yendo al palacio del obispo en ceremonias sencillas que tendría lugar en la capilla de aquel edificio.
    Lo más emocionante para nuestro joven ordenado fue el regresar a Zafra con el hábito puesto. La gente lo miraba y besaba en las manos creyendo que ya era cura.

SUS ESTUDIOS EN LA UNIVERSIDAD DE SALAMANCA  
    Desde 1941, los estudios de don Francisco se realizaron en el Seminario de san Atón, y poder completar éstos para sacarse el Grado Superior de Licenciatura y con ello llegar a ser el día de mañana profesor del Seminario, sólo se podía realizar ingresando en una de las tres Universidades Pontificias posibles que había entonces: La Gregoriana de Roma, la de Comillas o la de Salamanca. Algo que estaba al alcance de muy pocos, y éstos solían ser los alumnos más aprovechados.
    Don Daniel Gómez Ordóñez, párroco de la Candelaria, quería mandarlo a Salamanca y, para ello, se aprovechó del estado económico del cuñado de Croche, Ricardo Díaz Calvo, insinuándole a éste que le costeara sus estudios. Aunque nuestro hombre siempre contó con la ayuda también de su padrino, don Paco Montero de Espinosa, de Almendralejo. Cuestión que entre los dos, se encargarían de pagar los estudios en la Universidad Pontificia.
    Dicho ingreso se produjo a finales de septiembre de 1950, donde llegar hasta Salamanca en tren suponía estar casi un día de transbordos y allí, en la lejanía de su tierra, se dio cuenta de que debía pensar en sí mismo para poder sobrevivir.
    Los alumnos procedían de toda España y había una formación muy distinta a la de san Atón en Badajoz.
    En Salamanca los inviernos eran crudos. El Colegio Mayor San Carlos, el lugar donde se quedaba el joven Francisco, no había calefacción y para estudiar en el cuarto tenía que hacerlo envuelto en una manta. Sólo el ejercicio de tratar de correr escaleras arriba o por los pasillos suponía entrar de alguna forma en calor. Pues en la calle había una temperatura de menos dieciséis grados.
    Cuando nevaba, al principio para él era una novedad. Pero pronto se dio cuenta de que también se convertía en todo un suplicio; ya que los fríos entraban por la ventana de su cuarto. La única calefacción que había en el edificio provenía de la parte baja, donde estaban las aulas de la Universidad.
    Allí se encontraban los profesores: dos religiosos del Corazón de María que don Francisco había conocido en Zafra. El padre, Antonio Peinador, instructor de Moral, y el padre Augusto Andrés Ortega, que impartía clases de Filosofía.
    A Salamanca nadie iba a visitarlo, y en sus horas de asueto de aquel tiempo, recuerda haber asistido a una conferencia de un literato muy célebre pero a la vez muy viejecito: era don Marcelino Menéndez Pidal. En otra ocasión, como él estaba entre los alumnos más aventajados en música, dirigió la Schola un Viernes Santo, delante de la estatua de Fray Luis de León mientras pasaba la solemne procesión. Interpretando el “Oh Vos Omnes” de Victoria. Acto que no se le olvidará.
    También alguien supo que al joven Francisco le gustaba la radio, y como ya sabían que había ganado un concurso de guiones radiofónicos dedicado al tema del Día del Seminario en Badajoz, le encargaron que él organizara esta misma campaña en Radio Salamanca, y así lo hizo.
    Pasado un tiempo, la capital del Tormes le encantaba… Pasear por sus calles, asomarse a la puerta del colegio y observar la fachada de la Casa de Las Conchas…
    Al acabar el curso 1951-52 se terminaba su carrera y sus once años en el Seminario. Le llegaba, por tanto, la hora de ordenarse como sacerdote. Acto que se iba a celebrar junto a todos sus compañeros en un congreso eucarístico en Barcelona. Pero a él no le venía bien para poder terminar los últimos exámenes, así que decidió acabar el curso en Salamanca y el obispo ya le ordenaría en Badajoz, cuando se pudiera.
    Terminados los estudios, sin demora, empezó a preparar sus ornamentos para la Primera Misa. Su hermano Blas le regaló la casulla que le costó mil pesetas y que se la hicieron en un convento de monjas de Salamanca, y el cáliz se lo tenía comprado don Francisco Montero de Espinosa, quien iba a ser su padrino.
    Pero cuál iba a ser su sorpresa al entrevistarse con su ilustrísima… Éste, nada menos que había decidido venir a Zafra a ordenarlo en su parroquia, y así le daban gusto a don Daniel Gómez Ordóñez, que era quien le había llevado al Seminario.



ORDENACION Y PRIMERA MISA
    Aquella idea les alegró mucho. No era cosa frecuente y hasta entonces inédita, que un Obispo fuese a ordenar expresamente a nadie a su parroquia. Al párroco de Zafra, don Juan Gómez Villares, le suponía un gran honor para su iglesia.
    Por otro lado, su hermana Ana y su cuñado Ricardo pusieron todo su interés para que el prelado y sus acompañantes comiesen en su casa de la calle Sevilla después de la ceremonia; celebración que además iba a contar con la presencia de un numeroso grupo de jóvenes a los que había que Confirmar.
    El día escogido era el 29 de junio de1952, jornada de fiesta y celebración de la feria de san Juan. Para la ceremonia se contaba con el orfeón de los Teólogos del Corazón de María y con el sacristán de la parroquia, su entrañable amigo, Nemesio Gallardo, quien llevó todo el peso de la organización que desbordaría todo lo previsto. Incluso en lo alto de la torre se pusieron unas luminarias.
    Ese mismo día de su ordenación, el Obispo quiso también hacerlo con otro diácono que se llamaba, Manuel González Rodríguez, el cual estaba retrasado en sus órdenes con respecto a sus compañeros y así se llevó a cabo.
    Pasados estos actos multitudinarios ahora quedaba preparar la Primera Misa que iba a tener lugar el día 3 de julio. Para ello llegaron amigos desde Salamanca, quienes se agregaron a los de Zafra, pasando un día muy agradable.
    La eucaristía fue muy emocionante y la iglesia estuvo a rebosar de gente. Pero, la celebración a la que don Francisco guarda más cariño, fue a la misa dada en el camarín del Cristo del Rosario en la más estricta intimidad. A la que se fue sólo y muy temprano hasta allí, siendo un acto entrañable que no olvidará.
    Poco después, volvió a Salamanca a tratar de conseguir su Licenciatura de Teología Dogmática. El temido examen iba a consistir en una dura prueba realizada en dos fases: uno escrito, que duró tres horas y el otro oral que, estaba previsto durase una. Los examinadores eran cuatro hombres que no paraban de hacerle preguntas, mientras, en la calle, diluviaba sobre la ciudad del Tormes.
    Al salir por fin de la sala no podía creérselo, pues sabía que había aprobado y ya tenía su Licenciatura. ¡Qué alegría sintió!.
    En aquellos días, en la pensión, se juntaba con un amigo suyo de Zafra que venía a verlo frecuentemente, era Enrique Martínez Moreno, “Quique”, quien tenía por novia a Ernestina Carramiñana; la que después sería su esposa. Juntos participaban en pequeños guateques e iban a visitar espectáculos culturales y monumentos de la ciudad.
Y así, con este buen broche final, se despidió de su querida Salamanca, donde residió durante tres años. Luego regresó a Zafra y enseguida lo enviaron de coadjutor a Almendralejo. Allí estuvo muy bien, pues había un ambiente pastoral muy bueno, con chicos de Acción Católica. Pero aquella estancia sería muy corta, ya que el Obispo lo requería para que se fuese de superior y profesor al Seminario. Algo que lo contrarió mucho porque él estaba muy contento en la capital de Tierra de Barros.
    Y hacia allá se marchó, donde estuvo un tiempo dando clases de Francés y Geografía a niños pequeños. Pero a nuestro joven sacerdote le aburría mucho aquella monotonía; para ello se buscó un trabajo de pastoral por las mañanas, donde iba casi de madrugada hasta la iglesia de Santo Domingo.
    Estas salidas matutinas no agradaron a la Dirección, ni tampoco sus aires de renovación entre los “retrógrados”, donde estaba por desgracia instalado el mismísimo obispo. –Como él nos afirma-  Pues Croche, al tener una serie de actividades con los chavales: Véase su dirección de la Schola Cantorum del Seminario, así como la de proyectar películas de cine y documentales que nuestro protagonista pedía a las embajadas de países como Bélgica, Estados Unidos, Italia...; filmaciones innovadoras y atrevidas que eran muy interesantes para la formación de los jóvenes, quienes lo pasaban en grande con sus métodos didácticos. Todo esto era algo que, tras el implacable ojo censor había que recortar, pues, según ellos, no querían salirse de la senda más conservadora.
    Así que, incomprendido por esa cúpula, de nuevo se encontraba en Almendralejo, donde estuvo de consiliario de los Jóvenes de Acción Católica haciendo amigos que aún conserva. Él recuerda que, se juntaba en la cafetería “El Danubio” con ellos e iba al cine constantemente mientras compaginaba las labores propias de un cura.
    Por aquellas fechas, nuestro joven sacerdote tenía ganas de salir al extranjero. Y ese anhelo lo acabaría por llevar a Italia. Eso sí, pagando dicho viaje a plazos. Desplazamiento que partía desde Barcelona a la cual llegó en tren. Allí esperaría a otro compañero suyo, llamado Felipe García Lencero y ambos partirían rumbo a Roma haciendo escala en Niza.
    Durante unos días acudieron a ver los monumentos más importantes de la ciudad, y luego fueron a visitar al papa Pío XII, quien les recibió en la sala de audiencias que da a la fachada de la basílica de san Pedro.
    A su regreso de tierras italianas se enteró de que su tiempo en Almendralejo había llegado a su fin. Zafra le esperaba un dieciséis de agosto de 1957, donde se incorporó a la parroquia de la Candelaria, estando de coadjutor, don Joaquín Macarro, y de párroco, don Manuel Ibáñez López. Yéndose a vivir con su hermana Ana y su Cuñado Ricardo, los que fueron para él como sus padres.
    Tan pronto como tomó posesión, se encargó, por órdenes del párroco, de la capillita que había en la estación de ferrocarril, y en la que se decía misa los domingos. Para llegar hasta aquel apeadero había que ir en los coches de caballo de Arambita y, tras la eucaristía, el jefe de estación, don Luís Mirón le invitaba a desayunar en su casa.
    A otro lugar que acudía era al Hospital de Santiago. Éste lo llevaban las religiosas Siervas de María, con dos grandes mujeres: una navarra, llamada Sor Fermina y otra vasca, de nombre Sor Prudencia, quien era el paño de lágrimas de los pobres, además de la enfermera que atendía a todo el mundo en Zafra. Ella le preparaba para decir misa con toda delicadeza y después le invitaba amablemente a un café.
    Dicho “centro de salud” estaba muy mal económicamente y sólo se mantenía con unas pequeñas rentas que le suministraba don Aurelio Soto, administrador de la fundación de los Duques de Feria, además de unas humildes cuotas que las monjas iban cobrando todos los meses entre la población. En el hospital, por aquel entonces, -recuerda don Francisco- se encontraban de pacientes perennes un viejecito llamado Simón y el ciego víctima de una bomba en la postguerra, conocido por Juanito el ciego.
    Con esta situación financiera tan precaria, ocurrida allá por el año 1970, el Hospital de Santiago acabó cerrando sus puertas. Y pasarían dos años así hasta que vinieron a hacerse cargo de él las Siervas de la Virgen Dolorosa, quienes auxiliaban a muchachas en peligro y, sobre todo, a deficientes mentales.
    Aquel desamparo permanente movió la conciencia de Francisco Croche, y nuestro hombre va a decidir el donar todas las ganancias de su primer libro para paliar en lo posible la precaria situación. Dicha edición se llamaba: “Zafra, una lección de historia y de arte” (1972-73).
    Para ello tuvo que investigar en el archivo parroquial que estaba en desorden y sin codificar, encontrando una fuente inagotable de datos y documentos que se han transformado con el tiempo en nada menos que medio centenar de libros publicados.
    Vertiginosa actividad que tenía que compaginar con las propias de su pastoral, donde atendía a los muchachos de Acción Católica, con los que se llevaba estupendamente, por ese carácter suyo tan abierto y comunicativo que todos conocemos. En esa fecha también hizo de consiliario de las chicas y, entonces, fue cuando conoció a su posterior y joven esposa, Felisa, quien desempeñaba la función de presidenta entre ellas. 



SECULARIZACIÓN Y POSTERIOR MATRIMONIO
    Después de permanecer veinticinco años ejerciendo como sacerdote, don Francisco decide cesar por múltiples razones: Ante todo él no estaba muy conforme con las teorías de la Iglesia sobre el celibato, la moralidad de los fieles, a los que debía hacer caso en el confesionario, así como los problemas sentimentales que le iban embargando el alma. Todo esto hacía de nuestro protagonista un ser incómodo e incomprendido cuya conducta empezaba a diferir de lo que le habían inculcado durante tantos años.
    Por otro lado, estaba la relación de amistad que mantenía con Felisa. La cual le gustaba mucho en su manera de ser, feminidad, generosidad y entrega a todas las obras, como presidenta de las Jóvenes de Acción Católica en las que se encontraba involucrada.    
    Así que, pasado un tiempo de convulsiones donde había que tomar serias determinaciones, nuestra pareja decide casarse ya mismo. Y, en cuanto a resolver el tema del trabajo, nuestro hombre se fue a hablar con el director general de la empresa Diter: José María Barraca, para solicitarle que le diera un empleo, mientras él acababa la licenciatura en Filología Hispánica que estaba realizando en la Universidad de Extremadura en Cáceres. Le pareció bien y le ofreció un cargo en las oficinas de la Torre de Madrid, situadas en la capital de España.
    Pero poco tiempo va a estar en ese lugar, ya que en Cubas de la Sagra se estaba instalando la nueva factoría y a ella iban a trasladarlo, colocándolo en el Departamento de Expediciones de Motores, junto a su amigo, Pepe Utrero. En dicha factoría al hacer igualmente falta una telefonista, pensaron en llamar a Felisa; ya que ella tenía experiencia en esta materia y así se hizo. Aceptando por su parte tal oferta.
    En esas fechas se publicaba en la editorial Everest el segundo libro “Ayer y hoy de Extremadura” que editaba la Diter con vistas a esa inauguración de la nueva sede hispanoalemana.
    Una vez llegados los papeles de secularización desde Roma, se busca la fecha de casarse y la celebración se fijará para el día 10 de diciembre, realizándose tal unión en la iglesia de san Saturio de Alcorcón.
    Pasados los días de las vacaciones nupciales emprendieron la tarea laboral en Cubas de la Sagra, aunque sus vidas allí, cercanas como estaban a Madrid, se iban a desarrollar de forma muy amena pues, los fines de semana iban al cine, veían alguna obra de teatro o asistían a algún concierto de la Orquesta Nacional de España.
    Por otra parte, a pesar del gran esfuerzo que suponía tener que estudiar una vez llegado a casa después de la dura jornada laboral, don Francisco no cejaba en su empeño de sacarse la licenciatura de la Universidad de Cáceres; ciudad a la que tuvo que asistir en más de una ocasión para hacer los correspondientes exámenes.
    Entre tanto, la pareja deseaba tener un hijo y así se lo pidieron a san Isidro, Patrono de Madrid, ante su sepulcro un quince de mayo. Y, justo al año siguiente, el 29 de mayo de 1979 nacía Mariola. En esas fechas, la cadena Ser le concede el premio de “Extremeño del Año” por la publicación del libro anteriormente aludido.
    Había pasado el matrimonio tres años en Cubas de la Sagra hasta que por fin Croche aprobó las últimas asignaturas de la carrera de Filología Hispánica; cuestión que le permitiría venirse precisamente a Zafra, después de superar las consiguientes oposiciones, para ocupar una plaza en la nueva sección Delegada de Formación Profesional; un puesto que se quería crear en nuestra ciudad.
    Aquella Sección Delegada la empezó a organizar él y se tuvieron que acondicionar en dos lugares distintos: los altos del Ayuntamiento y unas aulas que estaban junto a la barriada del Camino Verde.
    Y llegó el año 1983, concretamente el 12 de julio, e iba a nacer su segundo vástago: un hermoso niño llamado por nombre Francisco Javier, con lo que el matrimonio ahora tenía por fin la parejita soñada.
 

EPILOGO
    Y así, desplegando velas, con ilusión, pondría Francisco Croche De acuña de nuevo rumbo hacia la ciudad de sus orígenes, estableciéndose definitivamente entre los suyos. Y dando buena muestra de su talento e inquietud febril en cuanto a la producción literaria y cultural que imprime a su existencia, donde sus esmerados trabajos le avalan.
Le fascina a este octogenario humanista su pueblo, al que ha legado toda su obra y documentación para que las nuevas generaciones puedan disfrutarla. Ciudad que ha salido claramente beneficiada, pues, personalidades de esta naturaleza se dan, por desgracia, en contadas ocasiones.
    No obstante, la urbe cosmopolita zafrense ha sabido reconocerlo en vida nombrándole Hijo Predilecto en 2003 y dándole dedicación a la calle que le vio nacer.

ALGUNOS DATOS RELEVANTES DE SU VIDA SOCIAL Y CULTURAL
    No podemos concluir sin hacer un somero repaso a su extensa obra, aunque detallar aquí la cronología de sus actividades y distinciones sería, créanme, muy tedioso, pues son innumerables los trabajos realizados por él, así como los reconocimientos ofrecidos a esta singular personalidad, pero en justicia hay que nombrar algunos de ellos, como:
  • 1953 Obtiene la Licenciatura en Teología Dogmática.
  • 1957 Da el primer Pregón de la Feria de San Miguel.
  • 1965 Declaración de Zafra como Conjunto Histórico Artístico y gestión para la consecución del Parador Nacional de Turismo. 
  • 1970 Ofrece su segundo Pregón de la Feria de San Miguel a través de sus textos. 
  • 1972 Es nombrado Consejero de Bellas Artes en la ciudad. 
  • 1973 De nuevo da un tercer Pregón para la Feria de San Miguel y hace de Guía de la ciudad al hasta entonces Príncipe de España, don Juan Carlos.
  • 1974 Su reportaje sobre “Zafra, ayer y hoy” recibe un primer Premio Regional y posteriormente un Segundo Premio Nacional en el Concurso “Ciudades de España”.
  • 1976 Prepara e instala el que será el Museo Parroquial de la Candelaria.
  • 1977 Se le nombra Cronista Oficial de la Ciudad de Zafra.
  • 1978 Concesión del premio “Extremeño del Año”.
  • 1979 Funda la revista “Región Extremeña”.
  • 1980 Organiza la Sección Delegada de Formación Profesional y ayuda a organiza el Seminario Humanístico de Zafra.
  • 1982 Premio “Marqués de Sales” por su labor en pro de los castillos de España.
  • 1983 Se le nombra Consejero de la Institución “Pedro de Valencia” y en ese mismo año empieza a dirigir la revista “Zafra y su Feria”, haciéndolo durante doce años consecutivos.
  • 1985 Ejerce de Corresponsal de TV Española durante tres años en Zafra y toda la comarca sur. Gana el primer Premio de Poesía “Antonio Herrera” de Mérida.
  • 1987 Es corresponsal también del Periódico “Extremadura” durante tres años.
  • 1990 Primer Premio de Poesía de las Fiestas de la Granada en Llerena.
  • 1991 Da el Pregón de la Semana Santa en la Iglesia de Santa Catalina. Es elegido como Presidente del C.I.T. de Zafra. Primer Premio de Poesía en los Juegos Florales de la Asociación “El Castellar”. El cual ganará en dos ocasiones más.
  • 1992 Pronuncia el Pregón de las Fiestas de Quasimodo en Belén.
  • 2009 Lo nombran Miembro de la Real Academia de las Letras y las Artes.
    Hay que mencionar que no hemos hecho ninguna referencia de la infinidad de conferencia que nuestro autor ha ido ofreciendo por la geografía española, así como detallar las canciones compuestas por él y los numerosos libros y artículos que ha editado a lo largo de toda su carrera literaria.
    Para terminar, comentar que ha sido un placer poder traer hasta las páginas de esta revista una pequeña parte de la vida y obra de don Francisco Croche de Acuña, al que deseamos Dios guarde por muchos años.   
JUAN TOMÁS RAYEGO BENÍTEZ
Texto e imágenes publicados en la revista "Zafra y su Feria" de 2009.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.